jueves, 3 de enero de 2008

Dále!


Sus compañeros lo incitaban a pegarle más fuerte.

Pablo con tan sólo 6 años, arremetía con un mazo y a cada golpe crecía el entusiasmo violento de sus cómplices que enardecidos lo excitaban.

¡Dale!, gritaban, ¡más duro!

Toda clase de gestos feroces y voces aterradoras se escuchaban corriendo por la multitud que se exaltaba cada vez que el palo daba en la cabeza, en un brazo ó en el pecho.

Pero esta no era una multitud cualquiera. Su miembro más viejo tendría 11 años como máximo. Era “la alegría del mundo” ó “el futuro de la humanidad”

La pobre víctima, confundida, recibía el brutal castigo en ausencia de emoción, con esa especie inhumana de resignación que nos abarca cuando sabemos que todo esta perdido. Con la impotencia de saberse un espectador más de la propia desgracia y esperando; si es que existe en este estado algún tipo de interés; que todo termine pronto.

Uno a uno, los miembros del grupo tomaron su turno, golpeando, castigando, regocijándose con cada lesión, mostrando el orgullo que sentían por haber infringido este o aquel daño con sus manos.

La masacre no duró mucho.

El cuerpo perpetrado no aguantó más y reventó.

Los niños se abalanzaron salvajemente sobre sus entrañas, algunos conformes, otros llorando por no tener su parte correspondiente del botín; mientras que los más exitosos, protegían celosamente entre sus piernas los montones de dulces que habían conseguido al romperse la piñata.



NOTA: Este escrito NO ES una crítica a las piñatas, es simplemente un ejercicio de punto de vista. ME ENCANTAN LAS PIÑATAS!!